HUBERT L. DREYFUS
STUART E. DREYFUS∗
DE SOCRATES A LOS SISTEMAS EXPERTOS:
Los límites y peligros de la racionalidad calculante.
En 1947 Alan M. Turing predijo que habrían computadoras inteligentes hacia fines de
siglo. Ahora, con el milenio consumado, es tiempo de evaluar retrospectivamente el intento
de programar computadoras para ser inteligentes como HAL, en la película 2001, Odisea en
el espacio.
El primer intento de capacitar a las computadoras para exhibir inteligencia general empezó
en los años cincuenta y fracasó en los setenta, puesto que la inteligencia general requiere del
sentido común que resultó no ser un tipo de conocimiento teorético sino una modalidad de
saber-hacer (know-how).
Dado este impase, resultó razonable que los investigadores regresaran a dominios
aislados de habilidades –aislados de la intuición cotidiana propia del sentido común– y que
por lo menos trataran de desarrollar teorías de aquellos dominios aislados, como el
diagnóstico de enfermedades a través de análisis espectrográficos.
Así, en los ochentas, a partir del campo frustrante de la inteligencia artificial general,
emergió un nuevo campo titulado ingeniería del conocimiento, el que –limitando sus metas–
aplicó la investigación en inteligencia artificial (IA) de modos que efectivamente funcionaban
en el mundo real. El resultado fue el así denominado sistema experto, promovido
entusiastamente en el libro de Edward Feigenbaum, La quinta generación: inteligencia
artificial y el reto de Japón al mundo1 (1983): “Las máquinas tendrán poder de razonamiento:
generarán automáticamente vastas cantidades de conocimiento para servir cualquier
propósito humano, desde el diagnóstico médico al diseño de productos, desde decisiones
administrativas a la educación”.
Lo que los ingenieros del conocimiento pretenden haber descubierto es que en áreas que
se hallan cercenadas del sentido común cotidiano, todo lo que necesita saber una máquina,
con el objeto de comportarse como un perito (expert), es un conocimiento especializado de
dos tipos: “Los hechos del dominio –el conocimiento ampliamente compartido (...) que está
escrito en textos y revistas del campo [y el] conocimiento heurístico, que es el conocimiento
de una buena práctica y un buen juicio en un campo”.
Usando ambos tipos de conocimiento, Feigenbaum desarrolló un programa llamado
DENDRAL. Tomó datos generados por espectrógrafo de masa y dedujo de estos datos la
estructura molecular del complejo que estaba siendo analizado. Otro programa, MYCIN,
tomó los resultados de las pruebas sanguíneas tales como el número de células rojas,
células blancas, azúcar en la sangre, etc. y produjo un diagnóstico que responsabilizó a una
enfermedad sanguínea de esta condición. Dio incluso un estimado de confiabilidad de su
∗ Profesores Universidad de Berkeley, CA Estados Unidos de América
1 The fifth generation: artificial intelligence and Japan’s computer to the world (1983).
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buen diagnóstico. En sus áreas limitadas, dichos programas tuvieron rendimientos
impresionantes. Parecen confirmar la observación de Leibniz, el abuelo de los sistemas
expertos, que: “(L)as observaciones y desarrollos de habilidades más importantes en toda
suerte de oficios y profesiones todavía no están escritos. Este hecho está probado por
experiencia cuando, pasando de la teoría a la práctica, puesto que fundamentalmente es sólo
otra teoría más compleja y particular”.
Y, en efecto, ¿acaso el éxito de sistemas expertos no es precisamente la que cualquiera
esperaría? Si acordamos con Feigenbaum que: “casi todo el pensamiento realizado por
profesionales se hace a través de razonamientos (...)”, podemos ver que, una vez que las
computadoras son usadas para razonar y no sólamente para computar, debieran ser tan
buenas o mejores que nosotros siguiendo reglas para deducir conclusiones de una gama de
hechos. De este modo, debiera esperarse que si las reglas que un experto ha adquirido a lo
largo de años de experiencia pudieran ser extraídas y programadas, el programa resultante
exhibiría pericia (expertise). Nuevamente Feigenbaum lo expresa muy claramente: “(L)os
asuntos que separan a los expertos de los principiantes son simbólicos, inferenciables y
enraizados en un conocimiento experiencial (experiential). (...) Los peritos (experts)
construyen un repertorio de reglas prácticas, o ‘heurísticas’, de trabajo que, combinadas con
el conocimiento textual, los convierte en practicantes peritos (experts practitioners). Así,
puesto que cada experto ya tiene un repertorio de reglas en mente, todo lo que necesite
hacer aquél que construye el sistema experto es obtener reglas de peritos y programarlas en
una computadora”.
Esta visión no es nueva. De hecho, se origina en los inicios de la cultura occidental
cuando el primer filósofo, Sócrates, caminaba por Atenas buscando expertos con el objeto de
delinear y probar sus reglas. En uno de sus diálogos más tempranos, el Eutifrón, Platón nos
relata sobre uno de esos encuentros entre Sócrates y Eutifrón, un profeta religioso y, por
ende, un experto en comportamiento piadoso. Sócrates pregunta a Eutrifrón que le responda
cómo reconocer la piedad: “Quiero saber qué es característico de la piedad (...) para usarla
como un modelo según el cual juzgar tus acciones y aquellos de otros hombres”. Pero en
lugar de revelar la heurística que le permite reconocer la piedad, Eutifrón hace exactamente
lo que todo experto hace cuando se halla arrinconado por Sócrates. Le da ejemplos a partir
de su campo de destreza, en este caso, situaciones míticas en el pasado en las que hombres
y dioses han hecho cosas que todos consideran piadosas. Sócrates se irrita y pide entonces
a Eutifrón que le diga las reglas para reconocer estos casos como ejemplos de piedad. Pero,
aunque Eutifrón asevera que él sabe cómo diferenciar los actos piadosos de lo impiadosos,
él no puede enunciar las reglas que generan sus juicios. Sócrates se enfrentó al mismo
problema con los artesanos, poetas, e incluso hombres de estado. Ellos tampoco podían
articular los principios que sustentaban su pericia. Sócrates por ende concluyó que ninguno
de estos peritos sabía nada, y que él mismo tampoco sabía nada.
Eso pudo muy bien haber sido el fin de la filosofía occidental, pero Platón admiraba a
Sócrates y vio su problema. De modo tal que desarrolló una explicación sobre la causa de la
dificultad. Platón decía que los peritos (experts), al menos en áreas que involucran
conocimiento no-empírico, tales como la moral y las matemáticas, habían aprendido en otra
vida los principios involucrados, pero los habían olvidado. El papel del filósofo era ayudar a
tales peritos morales y matemáticos a recordar los principios a partir de los cuales ellos
actuaban. Ingenieros del conocimiento dirían hoy que las reglas que los peritos –incluso
peritos en dominios empíricos– han sido colocadas en una parte de sus computadoras
mentales desde donde trabajan automáticamente. Feigenbaum dice: “Cuando aprendimos cómo atar nuestros zapatos, tuvimos que fijarnos atentamente en los pasos involucrados (...)
Ahora que hemos atado muchos zapatos a lo largo de nuestra vida, ese conocimiento está
compilado para usar en este caso el término computacional; ya no requiere nuestra atención
consciente”. Según este punto de vista platónico, las reglas funcionan en la mente del perito,
sea éste consciente de ellas o no.
¿De qué otra manera podría darse una explicación del hecho de que el perito todavía
puede realizar la tarea? Después de todo, todavía podemos atar nuestros zapatos, aún
cuando no podemos decir cómo lo hacemos. Así, nada ha cambiado. Sólo que ahora, 2400
años más tarde, gracias a Feigenbaum y sus colegas, disponemos de un nuevo nombre para
lo que Sócrates y Platón estaban haciendo: investigación en adquisición de conocimientos.
Pero aunque filósofos e ingenieros del conocimiento se han convencido que la pericia
(expertise) está basada en la aplicación de una heurística sofisticada a masas de hechos,
hay pocas reglas disponibles. Como explica Feigenbaum: “(E)l conocimiento de un perito
frecuentemente es incompleto o mal especificado, puesto que el perito mismo no siempre
sabe exactamente qué es lo que conoce acerca de su dominio”. En efecto, cuando
Feigenbaum le sugiere al perito qué reglas éste parece estar usando, él obtiene una
respuesta parecida a la de Eutifrón. “Es verdad, pero si usted ve suficientes
pacientes/rocas/diseños de chips/lecturas de instrumentos, ve que no es verdad después de
todo”, y Feigenbaum comenta con fastidio socrático: “Llegados aquí, el conocimiento
amenaza convertirse en diez mil cosas especiales”.
Hay otros indicios de problemas. Los investigadores intentaron producir peritos artificiales
programando la computadora para que siga reglas usadas por maestros en diversos campos.
Sin embargo, aunque las computadoras son más veloces y más precisas que las personas al
aplicar reglas, quedó fuera de alcance el rendimiento (performance) a nivel maestro. En
todas las áreas en las que existen peritos con años de experiencia, la computadora podía
funcionar mejor que el principiante, y aún exhibir competencia utilizable, pero no podía
rivalizar con aquellos mismos peritos cuyos hechos y supuesta heurística estaba procesando
con increíble velocidad y precisión sin yerros.
De cara a este impasse, a pesar de la autoridad e influencia de Platón y de 2400 años de
filosofía, debemos echar una mirada fresca a lo que es una habilidad y lo que requiere el
perito (expert) cuando alcanza la pericia(expertise). Debemos estar preparados para
abandonar el punto de vista tradicional que se extendió desde Platón hasta Leibniz, Piaget y
Chomsky, según el cual el principiante comienza con casos específicos y, a medida que se
vuelve diestro (proficient), abstrae e interioriza cada vez más reglas heurísticas sofisticadas.
Podría justamente ser que la adquisición de habilidades se mueve en dirección contraria: de
reglas abstractas a casos particulares. Puesto que todos somos peritos en muchas áreas y
tenemos los datos necesarios, echemos una mirada.
Muchas de nuestras habilidades han sido adquiridas en una edad temprana por ensayo y
error o por imitación, pero para hacer lo más clara posible la fenomenología del
comportamiento hábil, veamos cómo, en tanto adultos, aprendimos nuevas habilidades
mediante instrucción.
Estadio 1: Novicio.
• Normalmente, el proceso de instrucción comienza cuando el instructor descompone el
ambiente en rasgos libres de contexto que el principiante puede reconocer sin experiencia
previa en el dominio de la tarea. Al principiante se le dan entonces reglas para determinar
acciones sobre la base de dichos rasgos, como una computadora al seguir el programa.
• Con el objeto de ilustrar, consideramos dos variaciones: una habilidad corporal o
motora y una habilidad intelectual. El aprendiz conductor de automóvil aprende a reconocer
ciertos rasgos libres de interpretación como la velocidad (indicada en el velocímetro) y se le
dan reglas tales como cambiar a segunda cuando la aguja del velocímetro señala diez millas
por hora.
• El jugador de ajedrez novicio aprende el valor numérico para cada tipo de pieza,
independientemente de su posición, y la regla: “Siempre cambia (exchange) si el valor total
de las piezas capturadas excede el valor de las piezas perdidas”. El jugador también
aprende a buscar el control del centro cuando no pueden hallarse intercambios ventajosos, y
se le da una regla que define los cuadrados centrales y una regla para calcular la extensión
del control.
Estadio 2: Principiante avanzado.
• A medida que el novicio gana experiencia efectiva lidiando (coping) con situaciones
reales, empieza a notar o le señala un instructor, ejemplos conspicuos de aspectos
adicionales significativos de la situación. Luego de ver un número suficiente de ejemplos, el
estudiante aprende a reconocer estos nuevos aspectos. Máximas de instrucción pueden
ahora referirse a estos aspectos situacionales nuevos, así como a rasgos no-situacionales
objetivamente definidos y reconocibles por el novicio inexperimentado.
• El conductor principiante avanzado –al emplear en sus reglas para el cambio de
embrague sonidos (situacionales) de motor así como velocidad (no-situacional), aprende la
máxima: aumenta el cambio cuando el motor suene como si estuviese corriendo y bájalo
cuando suene como si estuviese forzado. Sonidos de máquina no pueden capturarse
adecuadamente con palabras, de modo que palabras no pueden sustituir unos cuantos
ejemplos selectos al aprender dichas distinciones.
• Con la experiencia, el principiante de ajedrez aprende a reconocer dichos aspectos
situacionales de posiciones, tales como el flanco debilitado de un rey o una fuerte estructura
de peones, a pesar de la carencia de una definición precisa y a la ausencia de situaciones.
El jugador puede entonces seguir máximas tales como: ataca al flanco debilitado de un rey.
Estadio 3: Competencia.
• Con más experiencia, se vuelve sobrecogedor el número de elementos potencialmente
relevantes que el aprendiz es capaz de reconocer. Llegados aquí, puesto que falta un
sentido de lo que es relevante en cualquier situación particular, el rendimiento (performace)
se vuelve enervante y agotador, y el estudiante puede preguntarse cómo alguien puede
alguna vez dominar una habilidad.
• Para lidiar con esta sobrecarga y lograr competencia la gente aprende, mediante
instrucción o experiencia, a delinear un plan o elegir una perspectiva. La perspectiva así
determina qué elementos de la situación deberían ser tratados como relevantes y cuáles
pueden ignorarse. Al restringir la atención a sólo unos cuantos rasgos y aspectos posiblemente relevantes de un vasto número, la mencionada elección de una perspectiva
facilita el tomar una decisión.
• El ejecutor (performer) competente busca entonces nuevas reglas y procedimientos de
razonamiento para decidirse por un plan o perspectiva. Pero tales reglas no son fácilmente
adquiribles como son las reglas y máximas que se entregan a principiantes. Hay
simplemente demasiadas situaciones que difieren entre sí de modos sutiles, matizados. De
hecho, hay más que aquellas que pueden ser nombradas o definidas con precisión, de tal
modo que nadie puede preparar para el aprendiz una lista de lo que ha de hacerse en cada
situación posible. Los ejecutores (performers) competentes, por consiguiente, deben decidir
por sí mismos en cada situación qué plan elegir y cuándo elegirlo sin estar seguro que será
apropiado en aquella situación particular. El afrontar (coping) atemoriza más que agota.
Antes de este estadio, si las reglas aprendidas no funcionaban, el ejecutor (performer) podía
racionalizar que a él no se le habían entregado reglas adecuadas en lugar de sentir
remordimiento debido a su error. Ahora, por el contrario, el aprendiz se siente responsable
de los desastres. Por supuesto, frecuentemente en este estadio, las cosas funcionan bien, y
el ejecutor competente experimenta una suerte de exultación desconocida para el
principiante. Por ende, los aprendices se encuentran en una montaña rusa emocional.
• Un conductor competente que abandona la autopista en una rampa curva, luego de
tomar en consideración la velocidad, las condiciones de la superficie, el carácter crítico del
tiempo, etc., puede decidir que está avanzando demasiado rápido. En ese momento tiene
que decidir si soltar el acelerador, retirar su pie enteramente, o pisar el freno y el momento
preciso en que ha de hacerlo. Se verá aliviado si logra pasar la curva sin que le toquen la
bocina y sacudido, si empieza a patinar.
• El jugador de ajedrez clase A, clasificado aquí como competente, puede decir –luego
de estudiar una posición– que su oponente ha debilitado las defensas de su rey de tal suerte
que un ataque contra el rey es una meta viable. Si elige atacar, puede ignorar rasgos que
implican debilidades en su propia posición creadas por dicho ataque, así como la pérdida de
piezas no esenciales para el mismo. Las piezas que defienden al rey enemigo sobresalen y
su eliminación es todo lo que interesa. Planes exitosos inducen euforia, mientras que los
errores se sienten en la boca del estómago.
• A medida que el ejecutor competente se involucra emocionalmente de modo creciente
en sus tareas, se le dificulta también crecientemente la capacidad de retroceder y adoptar la
posición distante del principiante. Mientras que podía parecer que este involucramiento
interfiere con el examen distante de reglas y que se inhibe así adicionalmente el desarrollo
de habilidades, de hecho parece que lo opuesto es justamente el caso. Como pronto
veremos, si la posición de distante obediencia a reglas –propia del novicio y del principiante
avanzado– se ve reemplazada por involucramiento, uno está preparado para ulteriores
avances. Mientras tanto, la resistencia a aceptar riesgos y responsabilidades puede conducir
al estancamiento y, en última instancia, al tedio y a la regresión2.
Estadio 4: Diestro (Proficient).
• Si los acontecimientos se experimentan con involucramiento, a medida que el aprendiz
practica su habilidad las experiencias positivas y negativas resultantes fortalecerán
2 Trabajo Patricia Bennerís.
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respuestas exitosas e inhibirán las no exitosas. La teoría de habilidades del ejecutor
(performer), tal como se halla representada por reglas y principios, se verá gradualmente
reemplazada por discriminaciones situacionales acompañadas de respuestas asociadas. La
destreza (proficiency) parece desarrollarse si, y sólo si, la experiencia es asimilada de este
modo no teorético y si el comportamiento intuitivo reemplaza a las respuestas razonadas.
• A medida que el cerebro del ejecutor adquiere la habilidad de discriminar entre una
variedad de situaciones, cada una de las cuales es abordada con preocupación e
involucramiento, brotan en la mente planes apropiados y sobresalen como importantes
ciertos aspectos de la situación, sin que el aprendiz tome distancia y elija aquellos planes o
decida adaptar tal perspectiva. La acción se vuelve más fácil y menos tensa a medida que el
aprendiz simplemente ve lo que necesita ser logrado en lugar de decidir mediante un
procedimiento calculante, entre diversas alternativas posibles, cuáles deberían ser
seleccionadas. Cuando la meta es simplemente obvia, hay menos dudad respecto del
carácter apropiado de lo que uno está tratando de lograr, que cuando uno es ganador de una
competencia compleja. En efecto, no puede haber duda en el momento de la respuesta
intuitiva involucrada, ya que la duda sobreviene sólo en la evaluación distante. Recordemos
que el ejecutor diestro (proficient performer), experimentado e involucrado, ve metas y
aspectos que destacan, pero no qué hacer para lograr dichas metas. Eso es inevitable ya
que hay menos modos de ver lo que sucede que modos de responder. En consecuencia,
luego de ver las metas y los rasgos relevantes de la situación, el ejecutor diestro (proficient
performer) debe decidir qué hacer. Para decidirse, vuelve a caer en un seguimiento distante
de reglas.
• El conductor diestro (proficient driver) que se aproxima a una curva en un día lluvioso,
puede sentir en sus pantalones que va peligrosamente rápido. Debe entonces decidir si
aplicar los frenos o meramente reducir una cantidad dada de presión sobre el acelerador.
Puede perder tiempo valioso mientras calcula una decisión, pero el conductor diestro con
seguridad tiene mayor probabilidad de abordar exitosamente la curva que el conductor
competente que emplea tiempo adicional considerando la velocidad, el ángulo de la pista y
las fuerzas gravitacionales percibidas, con el objeto de decidir si la velocidad del auto es
excesiva.
• El jugador diestro (proficient) de ajedrez, al que se clasifica como maestro, puede
reconocer casi inmediatamente un amplio repertorio de tipos de posiciones. Enseguida,
delibera para determinar qué movida puede lograr mejor su meta. Por ejemplo, puede saber
qué debe atacar, pero debe calcular cómo hacerlo mejor.
Estadio 5: Experto.
• El ejecutor diestro (proficient performer), inmerso en el mundo de su actividad
habilidosa (skillful), ve lo que debe llevarse a cabo, pero debe decidir cómo hacerlo. El perito
(expert) no sólamente ve lo que necesita ser logrado; gracias a un vasto repertorio de
discriminaciones situacionales, ve cómo lograr su meta. La habilidad de hacer
discriminaciones más sutiles y refinadas es lo que distingue al perito (expert) del ejecutor
diestro. El perito ha aprendido a distinguir entre varias situaciones –que el ejecutor diestro
considera similares–, entre aquellas situaciones que requieren una acción y aquellas que
requieren otra. Esto es, con suficiente experiencia en una variedad de situaciones, todas
vistas desde la misma perspectiva pero requiriendo decisiones tácticas diferentes, el cerebro
del ejecutor perito (expert performer) descompone gradualmente esta clase de situaciones en
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subclases, cada una de las cuales comparten la misma acción. Esto posibilita la respuesta
inmediata, situacional e intuitiva, que caracteriza a la pericia (expertise).
• El jugador de ajedrez perito, clasificado como un maestro o un gran maestro
internacional, experimenta un sentido imperativo de la cuestión y de la mejor movida.
Excelentes jugadores de ajedrez pueden jugar a ritmo de 5 o 10 segundo por movida, y aún
más rápidamente, sin ninguna degradación seria en su rendimiento (performance). A esta
velocidad, deben depender casi enteramente de la intuición y apenas del análisis y
comparación de alternativas.
Hace algunos años, mi hermano Stuart llevó a cabo un experimento en el cual se le
solicitó a un maestro internacional, Julio Kaplan, que sumara, lo más rápidamente que le
fuera posible, números que se le presentaban audiblemente aproximadamente a un número
por segundo, mientras que, al mismo tiempo, jugaba ajedrez contra un jugador de nivel de
maestro aunque ligeramente más débil, a cinco segundo por movida. Aunque su mente
analítica se hallaba enteramente ocupada sumando números, Kaplan se defendió bien del
maestro en una serie de partidas. Aunque privado del tiempo necesario para ver problemas
o construir planes, Kaplan todavía produjo un juego fluido y coordinado.
El rendimiento de Kaplan parece aveces menos asombroso cuando nos percatamos que
una posición de ajedrez es tan significativa, interesante e importante para un jugador de
ajedrez profesional, como una cara para un político profesional en la cola de una recepción.
Casi cualquiera puede sumar números y simultáneamente reconocer y responder a caras,
aún cuando ninguna cara coincidirá jamás exactamente con la misma cara vista previamente.
Los políticos pueden reconocer miles de caras, así como Julio Kaplan puede reconocer miles
de posiciones de ajedrez similares a otras con las que se ha topado previamente. El número
de clases de situaciones discriminables, construidas sobre la base de la experiencia, debe
ser inmenso. Se ha estimado que un jugador maestro de ajedrez puede distinguir
aproximadamente 50000 tipos de posiciones.
Probablemente conducir involucra la habilidad de discriminar un número similar de
situaciones típicas. El conductor perito no sólo siente cuándo se requiere bajar la velocidad
en una rampa de salida; simplemente realiza la acción apropiada. Lo que ha de hacerse, ha
de hacerse.
Podemos ver ahora que un aprendiz calcula usando reglas y hechos, del mismo modo que
una computadora programada heurísticamente, pero que, con gran talento y gran dosis de
experiencia involucrada, el aprendiz evoluciona en un perito (expert) que ve intuitivamente
qué debe hacer sin recurrir a reglas. La tradición ha dado una descripción exacta del
aprendiz y del perito ante una situación no familiar, pero el perito normalmente no calcula.
No resuelve problemas. Ni siquiera piensa. Simplemente hace lo que normalmente funciona
y, por supuesto, funciona normalmente.
La descripción de la adquisición de habilidades que he presentado nos permite
comprender por qué los ingenieros del conocimiento como Sócrates hasta Feigenbaum han
tenido tantos problemas en lograr que el perito articule las reglas que está usando. ¡El perito
simplemente no sigue regla alguna! Está diciendo precisamente lo que Sócrates y
Feigenbaum temían que estuviese haciendo –discriminando miles de casos especiales.
Esto implica a su vez por qué los sistemas expertos jamás son tan buenos como los
peritos. Si uno le pide a las reglas que está usando, se le estará en efecto obligando al perito
a retroceder al nivel de principiante y plantear las reglas que aprendió en la escuela. En
consecuencia, en lugar de usar reglas que él ya no recuerda, como suponen los ingenieros
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del conocimiento, al perito se le obliga a recordar reglas que ya no usa. Si se programan
estas reglas en una computadora y su habilidad para almacenar y acceder a velocidad y la
precisión de la computadora y su habilidad para almacenar y acceder a millones de datos
para aventajar a un principiante humano que usa las mismas reglas. Pero tales sistemas
son, en el mejor de los casos, competentes. Ningún número de reglas o hechos puede
capturar el conocimiento que tiene un perito cuando ha almacenado su experiencia de
resultados efectivos de decenas de miles de situaciones.
Si ésta fuera meramente una discusión académica, concluiríamos aquí, simplemente
corrigiendo la explicación tradicional de la pericia (expertise) sustituyendo la racionalidad
calculante por la racionalidad deliberativa; si fuera meramente un asunto de negocios,
venderíamos nuestras acciones en compañías de sistemas expertos. En verdad, resulta que
eso hubiera sido una buena idea, ya que casi todos han salido fuera del mercado. Pero no
podemos ser tan casuales. La figura socrática de la razón es el trasfondo de un movimiento
general hacia la racionalidad calculante en nuestra cultura, y dicho movimiento trae consigo
grandes peligros.
La naturaleza creciente burocrática de la sociedad está aumentando el peligro de que en
el futuro la habilidad y la pericia se pierdan mediante la excesiva dependencia en la
racionalidad calculante. Hoy y siempre, aquellos que toman decisiones sienten que deben
permanecer involucrados y responder a su situación de modo intuitivo, si es que ellos han de
responder con pericia. Pero en una democracia, queremos que las decisiones que afectan al
público sean explícitas y lógicas, de tal suerte que la relevancia y validez de elementos
asilados usados en el análisis puedan ser discutidos racionalmente. Pero, como hemos
visto, la experiencia se ve acompañada de una preocupación decreciente por la evolución
precisa de elementos aislados. Al evaluar tales elementos, los peritos (experts) carecen de
pericia (expertise).
Por ejemplo, jueces y ciudadanos ordinarios que sirven en nuestros jurados están
comenzando a desconfiar de todo excepto de evidencia “científica”. Un perito en balística
que testificó sólo que había visto miles de balas y los cañones de revólveres que las habían
disparado, y que no tenía absolutamente ninguna duda en su mente que la bala en cuestión
había venido del revólver que se ofrecía como evidencia, se vio ridiculizado por un abogado
contrario y el jurado no lo toma en cuenta. El lugar de ello, al perito se le exige hablar de las
marcas individuales en la bala y en el revólver y conectarlas mediante reglas y principios que
muestren que sólo el revólver en cuestión podía marcar la bala de esa manera. Pero él no
es perito en eso. Si él es experimentado en procedimientos legales, sabrá cómo construir
argumentos que convenzan al jurado, pero él no le dice a la corte que sabe intuitivamente,
puesto que él será evaluado por el jurado sobre la base de su racionalidad “científica”, no en
términos de su récord pasado y su buen juicio. Como resultado, son ignorados algunos
peritos sabios pero honestos, mientras que son muy solicitados autoridades no-peritas,
audiencias psiquiátricas, actas médicas, y otras situaciones en las que testifican peritos
técnicos. La forma adquiere más importancia que el contenido.
En cada una de estas áreas y muchas más, la racionalidad calculante, solicitada por
buenas razones, significa una pérdida de pericia. Pero de cara a los temas complejos que
enfrentamos, necesitamos toda la sabiduría que podamos hallar. Por consiguiente, la
sociedad debe distinguir claramente entre aquellos de sus miembros que poseen pericia
intuitiva y aquellos que sólo poseen racionalidad calculante. Y debemos promover la
intuición a todo nivel de la toma de decisiones, de otro modo la sabiduría se convertiría en
una especie de conocimiento en peligro de extinción.
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Traducido por R. Rizo-Patrón.
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