viernes, 6 de diciembre de 2013

CARTA A HERÓDOTO


EPICURO, Obras. Estudio preliminar, traducción y notas de Montserrat Jufresa. Madrid: Tecnos, 1994 (2a ed.)
CARTA A HERÓDOTO
Epicuro a Heródoto, salud
[35] Para aquellos que no pueden, Heródoto, estudiar con detenimiento cada una de las obras que he escrito sobre la naturaleza, ni tan sólo examinar las más importantes de las que he compuesto, para éstos precisamente he preparado un compendio de toda mi doctrina a fin de que puedan recordar sus principios fundamentales, y en los momentos precisos, con ayuda de las reglas más importantes, atenderse a sí mismos en la medida en que posean la ciencia de la naturaleza.
Pero es necesario también que aquellos que se encuentran ya suficientemente avanzados en el estudio de toda mi doctrina recuerden el esquema de su contenido, reducido a sus principios esenciales. Pues a menudo necesitamos una comprensión del conjunto, pero no tenemos igual necesidad de la de sus partes.
[39-46] En primer lugar, nada nace de lo que no existe, porque, si todo naciera de todo, no habría necesidad de simientes. Y, si aquello que desaparece se diluyera en el no ser, todo estaría ya muerto, puesto que no existiría aquello en lo que se habría diluido. De modo semejante, el universo ha sido siempre tal como ahora es, y siempre será igual, puesto que nada hay en que pueda transformarse, ya que más allá del universo no existe nada que, penetrando en él, sea capaz de producir un cambio.
Es asimismo verdad que el universo está compuesto de cuerpos y de vacío. De la existencia de los cuerpos nos da testimonio la sensación, en la que es necesario que se apoye el razonamiento al conjeturar acerca de lo desconocido, como ya he dicho antes. Si no existiera eso que nosotros llamamos vacío, y espacio, y sustancia intangible, los cuerpos no tendrían ni por donde moverse, del modo como vemos que efectivamente se mueven. Ahora bien, a excepción de los cuerpos y el vacío, no hay cosa alguna que podamos imaginar –ni a través de los sentidos, ni por analogía con ellos- como una naturaleza existente por sí misma y no como aquello que llamamos síntomas o contingencias.
Así, de los cuerpos, unos son compuestos, y los otros, los elementos a partir de los cuales los compuestos se han formado. Estos elementos son indivisibles e inmutables – si es verdad que no todo tiene que destruirse en el no ser, sino que estos elementos han de permanecer indestructibles al producirse la disolución de los compuestos-, ya que su naturaleza es compacta y no poseen ni lugar ni medio para disolverse. Por tanto, es necesario que los elementos primeros sean las sustancias indivisibles de los cuerpos.
Insisto, el universo es infinito. Pues todo lo que tiene un límite, tiene un extremo, y este extremo lo es también respecto de otra cosa. De modo que lo que no tiene extremos, tampoco tiene límites, por fuerza tiene que ser infinito y no limitado. Y aún más: el todo es infinito tanto por el número de cuerpos como por la extensión del vacío. Porque, si el vacío fuera infinito y los cuerpos limitados, éstos no podrían mantenerse en ningún lugar, sino que irían rodando de un lado para otro a través del vacío infinito, sin nada que los sostuviera ni volviera a darles el impulso después de una colisión. Y, si el vacío fuera limitado, no tendrían donde sostenerse los infinitos cuerpos.
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EPICURO, Obras. Estudio preliminar, traducción y notas de Montserrat Jufresa. Madrid: Tecnos, 1994 (2a ed.)
Además, las partes indivisibles y compactas de los cuerpos, que constituyen los compuestos y son el resultado de la descomposición de éstos, tienen una cantidad inconcebible de formas distintas. Pues no es posible que diferencias tan acusadas provengan de unas mismas formas limitadas. De cada una de estas formas existe una cantidad de átomos absolutamente infinita, pero en cuanto a sus diferencias los átomos no son absolutamente infinitos, sino sólo innumerables, si no queremos extender sus dimensiones hasta el infinito.
Los átomos tienen un movimiento continuo siempre; unos se distancian grandemente entre sí, otros conservan este mismo impulso como vibración cuando son desviados por otros átomos que se entrelazan con ellos o quedan recubiertos por otros ya previamente entrelazados. La naturaleza del vacío que aísla a cada átomo es la causa de que se comporten así, puesto que no tiene la capacidad de obstaculizar su caída. Por otra parte, la dureza constitucional de los átomos hace que éstos reboten al chocar unos con otros, hasta que su recíproco entrelazamiento no los hace retroceder después de la colisión.
No existe un comienzo de este movimiento: los átomos y el vacío son eternos.
Lo que hemos dicho, si recordamos bien todo el análisis, nos da una imagen suficiente para conocer la naturaleza de las cosas existentes.
Y aún más: los mundos existentes son infinitos, tanto los que se parecen al nuestro, como los que son por completo distintos, puesto que los átomos –infinitos en número, tal como hemos demostrado- se extienden hasta los espacios más alejados. Y los átomos aptos para formar o constituir un mundo no se agotan ni en un solo mundo, ni en un número de mundos limitado, ni en todos los que se parecen al nuestro, ni en los que son distintos de él. De modo que nada se opone al hecho de que el número de mundos sea infinito.
[80] Así, si nosotros creemos que un fenómeno puede producirse poco más o menos de una determinada forma, aunque sepamos que otras muchas pueden ser posibles, estaremos tan tranquilos como si tuviéramos la seguridad de que todo sucede de esta manera. Además de esto, hay que creer lo siguiente: en primer lugar, que la mayor turbación se produce en el alma de los hombres al considerar que unas mismas naturalezas pueden gozar de beatitud y de inmortalidad, y experimentar al mismo tiempo deseos, acciones y motivaciones contrarias a estos atributos; en segundo lugar, cuando se espera algún mal eterno por las creencias en las leyendas de la mitología, y también por miedo de aquella falta de sensibilidad que nos provoca la muerte, como si esto fuera un mal; y, por último, porque todos estos sufrimientos no se basan en nuestras propias convicciones, sino en un estado de espíritu irracional, de modo que los hombres, sin saber cuáles son los límites de estos terribles males, están sujetos a turbaciones iguales o mayores que si compartieran las creencias más vulgares.
La tranquilidad de espíritu nace del liberarse de todos estos temores y del rememorar de forma continuada los principios generales y los preceptos fundamentales. Por tanto, hemos de atenernos a lo que está presente tanto en las sensaciones –en las sensaciones comunes según lo común, y en las particulares según lo particular-, como en la evidencia inmediata de cada uno de los criterios. Si respetamos estos principios, conoceremos sin duda el motivo de nuestra turbación y nuestro miedo, y podremos liberarnos de ellos investigando las causas verdaderas de los fenómenos celestes y de
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EPICURO, Obras. Estudio preliminar, traducción y notas de Montserrat Jufresa. Madrid: Tecnos, 1994 (2a ed.)
todos los demás que nos acaecen a menudo y que causan gran temor al resto de los hombres.
Aquí tienes, Heródoto, resumidos, los principios fundamentales sobre la naturaleza. Esta exposición, si se aprende con exactitud, aportará a cada uno, estoy seguro de ello, una tranquilidad y una seguridad incomparables respecto a los demás hombres, incluso sin dedicarse a un estudio minucioso de cada problema. Pues será capaz de alcanzar por sí mismo muchas de aquellas conclusiones, precisas y particulares, que tan sólo hemos esbozado en la exposición de la entera doctrina, y que, si las guarda en su memoria, siempre le ayudarán. Porque su naturaleza es tal, que incluso aquellos que han alcanzado casi la perfección en el examen de cada problema particular, si utilizan aprehensiones semejantes, podrán realizar un mayor número de observaciones sobre el conjunto de la ciencia de la naturaleza.
Y los que no hayan alcanzado este grado de perfección podrán, con su ayuda, y aun sin formularlo en palabras, recorrer los principios fundamentales con la rapidez del pensamiento y alcanzar así la serenidad.
MÁXIMAS CAPITALES
II. La muerte no tiene ninguna relación con nosotros, pues lo que se ha disuelto no tiene la capacidad de sentir, y lo que es insensible no significa nada para nosotros.
V. No hay vida placentera sin que sea juiciosa, bella y justa, ni se puede vivir juiciosa, bella y justamente sin el placer. A quien le falte esto, no le es posible vivir una vida placentera.
XXIII. Si rechazas todas las sensaciones, no tendrás nada, cuando razones, para juzgarlas, ni siquiera aquellas que consideres falsas.
XXVII. De cuantos bienes proporciona la sabiduría para la felicidad de toda una vida, el más importante es la amistad.
EXHORTACIONES (Gnomonologio Vaticano)
4. Todo dolor es fácilmente despreciable, ya que conlleva una aflicción intensa, tiene también una breve duración; y el que se prolonga en el tiempo aflige débilmente al cuerpo.
10. Recuerda que, aun siendo mortal por naturaleza y habiendo obtenido en suerte un tiempo limitado de vida, gracias a la ciencia de la naturaleza, te elevaste a lo infinito y eterno y contemplaste “lo que es, lo que será y lo que fue”.

23. Toda amistad es en sí misma deseable: pero ha tenido su origen en el provecho.
41. Hay que reír al mismo tiempo que filosofar, y también atender los asuntos

domésticos y mantener las demás relaciones, sin cesar nunca de proclamar las

máximas de la recta filosofía.
44. El sabio enfrentado a la necesidad sabe mejor dar que recibir. Encuentra así un


enorme tesoro de autarquía.
77. El fruto más importante de la autarquía es la libertad.

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